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lunes, 25 de octubre de 2010

Cuando todo parece que termina, pero todo vuelve a comenzar...

Por las mujeres que van a ver jugar a sus maridos, novios, hijos o targets y que, como madres permisivas, aprueban que sus hombres-niños se porten como salvajes durante un rato los fines de semana, sin expresar su angustia cuando el suyo se golpea porque le han dicho que el rugby es un deporte muy seguro, ni pretender un lugar en la barra del pub cuando llega el momento de hablar de un juego de hombres; que durante venden cheesecakes pro-gira a Nueva Zelanda o pastafrolas pro-agua caliente en los vestuarios… ¡Salud!

Por los maestros de rugby, que nos enseñaron de chicos el espíritu del juego más bello junto a su técnica, sus leyes, la camaradería más fuerte y nos soportaron en las giras; que nos enseñaron a contener el entusiasmo en la victoria y la desazón en la derrota; que con la excusa de enseñar repiten lo que más disfrutaron como jugadores: pisar la cancha, correr, pasar la pelota, embarrarse, ver las haches de cerca… ¡Salud!

Por ese rugbier postergado que apenas entró un par de veces en la Intermedia como sustituto; que jugó sus mejores partidos soñando despierto y que llega al club todos los sábados a las 10:30, bolso en mano, para ver si queda un lugar en la Pre “C” y jugar de lo que sea, sentirse Richie McCaw por un rato y probar, así, que en el rugby hay lugar para todos… ¡Salud!

Por los forwards, que se hacen llamar pack (jauría) hasta que transpirados, resoplando sin aire ni piernas van perdiendo la ferocidad del lobo; con el sindicato de la primera línea que dice poseer el secreto alquímico del rugby esencial; con las torres de la segunda línea que ven pasar la pelota sobre sus cabezas en cada line-out; con los alas, psicópatas especialistas en tacklear a destiempo al apertura contrario, y el octavo, el único que se nombra por su número, especie de nowhere man que siempre quiso jugar de back… ¡Salud!

Por los backs, más vituperados por sus forwards que el equipo contrario; con el único que sabe lo que es tener la pelota en la mano: ese medio-scrum que habla, habla y habla…; con el apertura que goza de la dispensa especial de patear la guinda desde donde la reciba; con los tres-cuartos que se pasan las tres cuartas partes del partido mirando cómo los forwards disfrutan de sus scrums, mauls, rucks y line-outs hasta que la pelota llega al apertura que la vuelve a patear; con los centros que se entretienen cambiando de posición entre sí para no enfriarse y si alguna vez reciben un pase (nunca del apertura) corren a chocar con la defensa contraria para que los forwards reanuden los rucks, mauls y scrums; con los wings, tan alejados de todo junto al touch, confundidos con los espectadores pero sin sus derechos: no pueden insultar al árbitro; y el full-back, ese solitario culpable de errar el último tackle frente a cinco atacantes cuando toda la defensa erró los anteriores… ¡Salud!

Por los árbitros, verdaderos jueces de última instancia de un juego en el que las reglas se llaman “leyes”; que conocen sus mil y una interpretaciones aunque “no discutirás con el réferi” es la principal; que a veces pueden cambiar de parecer, y en medio de una explicación paternal lo piensan mejor y te mandan al sin-bin; que hablan, hablan, y hablan más que los dos medio-scrums juntos pero que, sin ellos, tampoco sería posible jugar… ¡Salud!

Por los Blazers (blue, o del color que sea), que jugaban sin hombreras ni protectores bucales y que si dejaban la cancha era por extremaunción; que organizaron y administraron el club para que nosotros pudiéramos aprender a jugar y criticarlos; que nos pasaron la guinda para que algunos organizáramos y administráramos el club para que jugasen nuestros hijos, los de los amigos y los nuevos, y criticarnos; que acertaron y se equivocaron, que no se llevaron ni un centavo (apenas una corbata regimental) y que pusieron mucho, mucho… ¡Salud!

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