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martes, 9 de noviembre de 2010

Recuerdos Académicos - Por Nicanor González del Solar


La nostalgia nos permite idealizar lo que pasó pero, al mismo tiempo, sirve para evaluar el presente. Cuando retrocedo en el tiempo recupero a un niño y a un muchacho fanático por el rugby, heredado de mi papá, quien nos contagió su fervor por el deporte de los tackles.

En los 50´y 60´ San Isidro era una aldea. Nos movíamos con la bicicleta, no había mucho tránsito y la televisión estaba solo en algunos hogares. Nuestro centro era el CASI, donde el rugby era la disciplina principal. Después del colegio y en cualquier rato libre, la pelota ovalada era nuestra compañera. Horas y horas de “tocado”(en otros lados lo llaman “la tocata”)nos permitieron dominar ese útil tan esquivo, que picaba para cualquier lado. De tal modo, cuando representábamos al Atlético, éramos muy solventes para hacer pases y manipularla como queríamos.

La tradición del viejo San Isidro(eran los años en que se caracterizaba como “San Isidro” al viejo instituto, nacido en 1902)exigía un estilo basado en el juego colectivo y en los pases de la pelota. Recuerdo a un brillante entrenador -de cuyo nombre no quiero acordarme- que nos retaba cuando alguno pateaba. Nos decía, colérico:“¡¡a patear, al SIC!! porque, en esos tiempos, el gallardo campeón de 2010 no desplegaba un juego asociado y dependía mucho del “a la carga, barraca” que, traducido, significaba patear hacia adelante y tacklear al receptor de la pelota.

Para los aldeanos del CASI el domingo empezaba temprano, cuando íbamos a misa con los viejos. Después, a las 10 horas, al cine Stella Maris para presenciar una función para chicos. Una serie(Flash Gordon, Dick Tracy, Fantomas), un largometraje de cowboys(John Wayne, El Llanero Solitario, Hopalong Cassidy)y, al final, dibujitos de Walt Disney). Duraba desde las diez a la doce.
Enseguida, almuerzo en el club con la familia y, mientras esperábamos el partido de Intermedia y, después, el de Primera, la pelota era nuestra. Nos emocionaba jugar al “tocado” en la cancha de la tribuna, durante algunos minutos, pues después nos sacaban porque llegaba el turno de los rugbiers grandes.

En la adolescencia el rugby también llenó mis días. Íbamos al Colegio Nacional de San Isidro y jugábamos los Intercolegiales. Con muchachos del Atlético, de SIC, de Olivos y de Pueyrredón armábamos unos equipos formidables. Fuimos Campeones en los Torneos del Ministerio de Educación, en rugby de 15 y de 7, en diferentes años. Sí, San Isidro era la Capital del Rugby.

Nuestro fanatismo se manifestaba de distintas formas: mi hermano Eduardo, medio-scrum brillante, mejoró su pase en el garaje de nuestra casa. Pintó una cruces en el portón y, después del colegio y del almuerzo, apuntaba, una y otra vez, a esas referencias. Si bien destruyó la madera, su pase fue clave para habilitar a su medio apertura, al lugar y a la distancia que quería.

Cuando ya estaba en Primera, me di cuenta que necesitaba un entrenamiento especial. Entonces decidí levantarme a las cinco de la mañana y correr alrededor del Hipódromo de San Isidro(5 kms.), todas las mañanas. Si bien siempre tuve tendencia a engordar, gracias a ese esfuerzo personal corría durante todo el partido(antes se jugaban 70´ minutos; después- como ahora- 80´ minutos)y esa condición atlética me permitió jugar en los Sevens, de Quinta, Cuarta o Primera División.

Éramos fanáticos del rugby y lo manifestábamos todo el tiempo. Cuando nos visitó Irlanda en 1952 o Francia en 1954, para unos “payucas” sanisidrenses fue toda una peripecia tomar el tren(que no era el de la línea Tigre-Retiro)y llegar a la estación 3 de Febrero para ir a la cancha del Club de Gimnasia y Esgrima, sección Jorge Newbery, donde se disputaban los partidos internacionales. Los europeos nos parecían gigantes, imposibles de batir. Mayor fue la impresión cuando, en 1959, llegaron los enormes Junior Springboks. Un año más tarde, en 1960, nuestro rumbo apuntó al otro lado: Tomábamos el Tren de la Costa y nos instalábamos en el Club San Fernando, para observar, maravillados, a los fabulosos “tricolores” franceses(vivían en el club de remeros). Allí conocí y admiré al mejor pilar de la historia: Amedée Domenech, con más de 100 kilos de peso pero con la velocidad de un winger .

Sí, éramos apasionados por el rugby y sólo nos interesaba dominar la pelota. Tanta destreza se reflejó en la cancha. Los muchachos del CASI de los 60´ brillábamos en los certámenes de la UAR(no existía la URBA). Desarrollábamos un estilo basado en los pases y en las combinaciones entre delanteros y backs. Éramos, qué duda cabe, los representantes de “La Academia”, tal como había sido bautizado el viejo Club Atlético de San Isidro.

¿Qué quedó de esa pasión en el tercer milenio? Los chicos del viejo instituto sanisidrense tienen hoy otras preocupaciones y el rugby es un complemento, una distracción. La Internet, la televisión, la vorágine para lograr una buena posición económica prevalecen sobre esa pelota huidiza. Les gusta jugar pero no se obsesionan con mejorar las destrezas ni alcanzar un estado físico de excelencia, necesarios para recibirse de “Académicos”. ¡Qué lástima!

Como decía Joan Manuel Serrat: “y dónde, dónde, fue mi niñez…”