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jueves, 11 de noviembre de 2010

Lugares I - Tornarugby



La camiseta de los Pumas que ven en la imagen está enmarcada y colgada de la pared de un entrañable local de la madrileña calle de San Vicente Ferrer, en Madrid: La Gulapizzas, sandwiches, provoletas, cerveza y rugby, en las paredes y vitrinas -pequeño museo de una vida de entregado a la fe oval- y sobre todo en la memoria de Sergio Fernández Candioti, "el Turco". Hispanoargentino de pro, jugador de valía y cofundador y primer presidente de un club genuino, políglota, multinacional desde sus orígenes y de resonancias nominalmente madrileñas y rugbísticamente argentinas: San Isidro R.C.

Hubo un tiempo, en otro siglo, en que el nombre del localito tenía apellido, que remitía a un ignoto Conde de Halifax, no sabemos si Charles Montagu, Primer Lord del Tesoro y ministro liberal después de la Gloriosa Revolución que llevo al trono de San Jorge a la reina Ana, al secretario de Sir Neville Chamberlain del mismo título o al coleccionista de arte propietario de algún reputado lienzo de Tiziano que cuelga de las paredes de la National Gallerylondinense. Lo cierto es que el condado se perdió y es cuestión que habrá de ser aclarada en conversación con el locuaz barman y propietario.

Además de las viandas que apuntaba, siempre podrán aprender algo de rugby si tienen la suerte de pasar por allí alguno de los jueves en que curtidos veteranos, de múltiple procedencia pero que acabaron sus carreras deportivas en San Isidro, relatan batallas y sucesos ilustrativos, didácticos y renombrados.

Por cierto, la camiseta de los Pumas disputó el último test-match en que se enfrentaron Argentina y España en el Central de Madrid, en octubre de 1992:34 a 43 para los Pumas, lógicamente, pero en uno de los mejores partidos del XV del León que he visto jamás.

¡Caguemoslos a trompadas! (Historias) - Por Tacho de Vedia

Después de muchos años trabajando en el campo, el negro se volvió para Buenos Aires a los pagos de su niñez. Por lo único que lloró cuando decidió volver, fue por su vieja chata Chevrolet. No pudo llevarla con el. Estaba un poco floja de papeles.

También habría de extrañar el rugby, pero tenia ilusiones de jugar en su club natal. Mantenía vivo el recuerdo de su infancia. Casi que podría decirse que volvía para eso. Quería medirse con esos jugadores que había observado en el programa rugby para todos.

El club de sus amores había crecido tanto que era el que más jugadores tenía inscriptos.

Siempre tuvo las tranqueras abiertas y apenas dos hiladas de alambre para que entren todos los que quieran jugar. El negro fue con la ropa y ya entrenó con un equipo del plantel superior. –Después nos das tus datos, le dijeron. Había jugadores por todas partes. El negro estaba impresionado. –Quiero jugar este sábado, le dijo al entrenador que le tocó.

Cuentan que en otro club de la zona la política era muy diferente. Empezó la temporada y ante una concurrencia masiva de jugadores, tomó la palabra el entrenador principal. Dijo –bueno muchachos, vamos a organizarnos, los que están a mi derecha se quedan conmigo, los que están de este lado van con mi colaborador y los demás vuelvan el año que viene. ¡Si no nos vemos feliz año!
Por el contrario en su club todos jugaban, algún partido armaban como fuera. Así es que el negro debutó ese mismo sábado. Después del partido ya había comentarios sobre el. –Es rustico pero va al frente como un animal, decían. –lo único que si juega en un equipo de más arriba hay que atarle las manos, porque metió unas cuantas trompadas, decí que el referí era un tipo del club, que si no lo rajan, hay que hablarle, comentaba la gente.

En esos días se hizo el censo de jugadores. La cuenta dio cincuenta mil en todo el país. Aunque un tipo dijo que hay que descontar a los que duermen en el Sheraton, porque esos no son el rugby argentino. Además el hombre dijo que hay que comer guiso hecho por la madre de los jugadores. No es tan fácil pertenecer. ¿Quién puede decir con certeza que es el rugby argentino? Cuando el sentimiento demagógico ingresa en el torrente sanguíneo no hay quien lo pare. Pensar que el hombre que dijo todo esto estuvo ahí. Entrenó el seleccionado. Habló del orgullo de ser Puma y del espejo que significa para todo el rugby.

Pero en esta etapa de su vida parece haberse olvidado de todo. Si le hubiera tocado esta época iría adelante con los profesionales, aunque ahora salga a negarlo. Tal vez si algún jugador del humilde club que apadrina logra dormir en el Sheraton cambie de opinión.

Tuvo suerte el negro y empezó a jugar en uno de los equipos del plantel más numeroso de todos los clubes del país. Fue ascendiendo de equipo, hasta llegar a la intermedia. Parecía ser el tope a sus ambiciones. Se había transformado en una persona muy emocional, de lágrima fácil.  Cuando lo nombraron para la intermedia lloró en el acto, de alegría. A la noche trabajaba en un frigorífico. Tuvo que lidiar más de una vez con los faenadores que cuchillo en mano reclamaban por aumentos de sueldo. Algunas veces llegaba a entrenamiento vendado por cortes producidos la noche anterior, vaya uno a saber en que circunstancias. El negro ya estaba grande y su sueño era jugar en la primera del club para después retirarse. El capitán siempre tuvo la última palabra para la conformación del equipo y eso nadie lo discutía. Hasta que un día el negro lo encaró al capitán y le dijo –me quiero retirar en primera. –bueno, dijo el capitán, para eso tenés que seguir haciendo meritos y esperar la oportunidad.

El negro no se quedó muy conforme, el decía que los segunda líneas de primera eran dos flaquitos oficinistas y que si los agarraba en la calle los cagaba a trompadas a los dos juntos. Faltaban solo dos partidos para terminar la temporada y el negro lo encaró nuevamente al capitán de la primera para decirle- ¿Quién hizo el equipo? ¿el capitán piluso? ¡esos pibes que juegan en mi lugar no me puedes ni llevar el bolso! El capitán se vio muy sorprendido y decidió ignorarlo.

El negro no entendía bien los códigos ni los principios que eran la base de las decisiones que se tomaban en el club. Mucho menos comprendía las charlas técnicas. En su paso por el rugby del interior había sido entrenado por gente que le transmitió buenos mensajes pero muy generales.

El rugby es un juego que se inventó hace más de cien años y hay cosas que siguen vigentes, hay que tener ganas de golpear y que te golpeen, le habían dicho. El hacia un culto de la dureza. El juego cuanto más duro mejor le había dicho un viejo entrenador. Si sabia de memoria los principios que surgieron del rugby de Gales. Ir para adelante, apoyo, continuidad y presión. Era simple y se mantiene actual.

Ahora escuchaba hablar de postes, le hacían recordar a todos los que había clavado para alambrar los potreros. Cuando le hablaban del interno se acordaba de los años que pasó pupilo en una escuela agrícola.

Decían volumen de juego y el pensaba en su grabador con música de Los Palmeras, a todo lo que da, la cumbia santafecina. Ya no era tiempo de comprender estas enseñanzas demasiado técnicas, demasiado teóricas para sus oídos. El estaba para otra cosa, se le marcaban las venas en su frente y su cuello al momento de entrar a la cancha, puro fervor, pura pasión arrolladora.

Cuando llegó el último partido paso algo extraño. Uno de los segunda líneas de la primera apareció con un tremendo golpe en la cara que le mantenía cerrado un ojo. Si fuera un accidente de trabajo podría denominarse intinere, en el camino a su casa. Que se busque una ART, pensó el negro. Dijo que lo asaltaron, pero hubo sospechas de que no fue tan así.
Se tapó todo, pero parece que el puño en cuestión fue del mismísimo negro, que quería su oportunidad. Y la iba a tener nomás. Cuando el capitán dió el equipo y lo nombró, rompió en un  tremendo llanto. Se levantó y casi corriendo llegó hasta abrazar al capitán que se vio muy sorprendido ante semejante demostración. No estaba acostumbrado a esa muestra de afecto, no era el estilo del club, más bien lo opuesto. El negro le dijo –no te voy a fallar, voy a dejar todo.

El día del partido antes de entrar al vestuario para cambiarse, el negro pidió decir unas palabras. La emoción que tenía era tan grande que cuando le dijeron que hable no pudo, tenia un nudo en la garganta. Dale que ya salimos, hablá ahora, le pidieron. Como no pudo decir nada, el equipo salió a entrar en calor. Estaba llamando el referí. Bueno negro, decí lo que quieras, le dijo el capitán. El negro solo derramaba lágrimas descontroladas. Volvió a llamar el árbitro. El equipo se dirigió a la entrada de la cancha. Ingresó por la puerta de un rincón que daba al ingoal. Parecía que entraban.

El negro corrió hasta ponerse delante de todos. Abrió sus manos como para detenerlos y grito ¡paren! Les quiero decir algo, dijo. Lo único que quiero decirles es que… ¿saben que quiero decirles?… ¿Saben que?.. ¡CAGUEMOSLOS A TROMPADAS! El capitán le dio la pelota y el negro corrió de punta encabezando la entrada a la cancha con sus ojos llorosos.