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domingo, 9 de enero de 2011

A la carga (Historias)

Jugué mi primer partido en 1980 o 1981, es igual un año que otro. Eso ya les revela el por qué de mi afición por las tres últimas décadas del siglo pasado. Regularmente, y casi con toda certeza en más de una de las acepciones que el término tiene en el diccionario de la RAE, hasta 2004, año en que circunstancias de fuerza mayor me llevaron al retiro como jugador, hasta 2009,  en que recuperé mis viejas botas Adidas de tacos de aluminio, pero ya solamente para los muy lúdicos partidos de veteranos. Todo ello sin contar una modesta carrera como técnico desde 1989 hasta 2010, ahora temporalmente interrumpida. Y como estamos a primeros de nuevo año y toca repaso de proyectos y resulta que para los próximos meses tengo en la agenda varios compromisos, me pregunto -más bien me preguntan inquisitivamente, con enarcamiento irónico de cejas y mueca sarcástica- ¿cómo está el chasis para esos trotes? Así que elaboro una detallada lista, lo que no es difícil porque conservo mi historial con la Mutua General Deportiva, por razones que no son al caso, y otros partes posteriores de lesiones que paso a rememorar: hombro derecho, mal (luxación en 1986 y hombro de carga en mi posición de juego); costillas rotas, unas cuantas, y ya saben que sueldan solas, así que con el reposo escaso alguna lo hizo de aquella manera; lumbalgias recidivantes producto de una protusión intervertebral (¿Ud. ha jugado al rugby, joven?); rodilla izquierda laxa, rotura de ligamento lateral externo y del anterior cruzado en 1995; rodilla derecha, peor, menisco, ligamento lateral y mismo cruzado, que no es más que un recuerdo del pasado, consecuencia de lesiones serias en 1984, 1985, 1987, 1998 y 2000. Secuelas menores, incluidos remiendos varios, no enumero, por baladíes. Así que, listas y engrasadas mis rodilleras de fleje articulado y renovada -por fin- la provisión de pomadas y aerosoles analgésicos, a punto para lo venidero.