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lunes, 16 de enero de 2012

A pedido del Capitán - Por Marcelo Weitzman


Corría el año 2007, continuaba jugando, con mis 45 años a cuestas, en el club , habían retornado algunas figuras que se habían ido del club por diversos motivos, Topa, Hernán Wainer, un ex jugador del club, pilar, que había transitado en la primera de BA.
Me mantenía jugando tranquilamente, como segunda línea en la inter, ya mi cuello y mi cintura, no me dejaban chance de jugar de pilar derecho como antaño.
En la inter, si bien no se jugaba por los “porotos”, había un grupo de jóvenes, que todavía me hacían caso, digo eso, porque ya tienen su experiencia, y algunas veces, fui Capitán.
En el momento de jugar, y por el ansia de ganar y jugar bien, me hacían cometer, algunas torpezas, de otras épocas, como meterle una piña a un compañero que me formaba de ala y me levantaba el brazo y el hombro, al formar alto, y no me dejaba apuntalar al pilar, y por ende el scrum retrocedía, la piña era después de insistirle, en que me forme más bajo, y no lograr el objetivo.
En un día frío de invierno y con mucho viento, al comienzo de la primera rueda, nos entrenaba el amigo Eduardo Piaggio, me llamó en la semana y me pidió si podía volver a jugar de pilar derecho a mis 45 años.
Después del entrenamiento Roger, el capitán y figura, me pidió lo mismo.
Mi primera respuesta sin mucha reflexión fue que sí, me sentía orgulloso por poder ayudar al club  y dejar todo, para empujar ese gran barco que es el club y los amigos.
Mi familia me dijo que estaba loco, y me cortaron el rostro por un tiempo, empecé a entrenar y hacerme acupuntura en el cuello y la cintura, con un chino hijo de puta, que me hacía llorar del dolor, cerca del mercado de flores en Almagro.
El primer partido fue con Beromama, salimos triunfantes, Almafuerte, igual, y así hicimos una buena campaña.
Llegamos a los play-off, nos tocó San José, un clásico para nosotros, ya que somos vecinos del mismo barrio, Azcuenaga y Sarmiento, ellos, nosotros Sarmiento y Uriburu.
Disputamos ese partido, muy duro, pero salimos triunfantes, nos tocaban las semis con Mercedes.
Llegamos a la cancha muy motivados, un montón de gente viendo el partido tanto del local, Mercedes, como gente nuestra, hicimos un try cada uno, pero Mercedes convirtió, después hubo un penal, faltando 5 minutos, para nosotros, pero eso es parte de la anécdota.
Perdimos el partido, muchos de los chicos lloraban, yo me sentía con bronca, hubiera sido espectacular llegar a la final, que hubiese sido con El Retiro, un club amigo y que tiene buen rugby.
Fui al tercer tiempo, apretando los dientes por la bronca y el dolor, la gente de Mercedes estaba muy contenta, y fue muy amable con nosotros, como siempre, yo estaba con toda la bronca, pero habíamos dejado todo.
Pensé en retirarme, pero esa amargura, me dio ganas de una revancha, para el club y para mí.

Un cuentito veraniego - Por Marcelo Weitzman


El colo McKinlay
Un hombre muy largo camina lentamente en una casa en Longchamps, zona sur del gran buenos aires. El hombre reflexiona.
Hace años que dejé de jugar, nunca creí ser un buen jugador, tal vez era bueno en la defensa, tackleaba con un tackle aguerrido y ofensivo, en un tiempo que backs y forwards hacían juegos distintos.
Los forwards, donde jugaba yo como ala, o Wingforward, nos encargábamos de taklear a toda cosa que se moviera, tuviese la camiseta rival y la pelota entre las manos.
Los backs, más delgados y estilizados, recibían la pelota de pie, y la utilizaban a piachere, o bien patada a cargar, o bien la jugaban al wing, quien eludiendo la marca contraria ingresaba al ingoal.
Si bien, el rugby, es un juego y dista mucho de una guerra, en algunos momentos la palabra “batalla” es aplicada de una manera, que le queda cómoda y elegante como un guante.
Entrené muchos años a los forwards de mi club, haciendo batallas, en pequeños espacios, donde la pelota, la ganaba y sostenía el y los jugadores más guapos y fuertes del equipo.
Ya con más de 70 años, cansado de tanta batalla, me doy cuenta, que me hubiese gustado, ser militar y participar en una guerra y conducir un grupo de guerreros, que a la vez sean forwards.
Soy muy alto 1,90m y flaco peso 70 kilos, estoy un poco reducido por la vejez y los nervios.
Nunca tuve vicios, ni fumar ni alcohol ni nada, mi único vicio fue el de transformar un novato lleno de miedo y dudas en un auténtico caballero, que en vez de blandir su espada, tomaba y jugaba con la guinda.
Mis padres eran Británicos, me dieron una buena educación, trabajaban en los ferrocarriles, todos me conocen como el colorado McKinlay.
Estoy cansado, mis nietos, están jugando, voy a dormir.
El Colorado, se acuesta, descansa su largo y delgado cuerpo.
LONDRES 1939.
Campo de entrenamiento inglés en algún lugar al sur de Londres, un grupo de tímidos campesinos escoceses, comienzan a hacer maniobras militares, hace horas Inglaterra le declara la guerra a Alemania, Londres es bombardeada día y noche, el ejército ingles se prepara para la batalla.
El colorado McKinlay, con uniforme de sargento y con 40 años menos, comienza a adiestrar a su tropa. Una gran sonrisa acompaña su cara, disimulada por lo difícil de la situación.
Toda la familia y todo el club acompañan los restos de McKinlay, en su ataúd le ponen una ovalada y la bandera del club, semejante a la cruz escocesa.

¿Qué es el Espíritu del Rugby? - Por Patricio Guzman


El espíritu es algo que no vemos, ni podemos palpar. La Real Academia Española en su diccionario define a la palabra espíritu de la siguiente manera: ser inmaterial dotado de razón. Vivacidad, ingenio. Alma racional. Valor, escénica.
El espíritu por sobre todo, es el convencimiento del individuo en que doblegará cualquier situación de adversidad aún sin haberlo conseguido. En fin, el espíritu es la mismísima fe en lograr algo que se anhela grandemente. Y fe es la certeza de lo que se espera y que no se tiene por medio de la entrega y el sacrificio.
- El espíritu en el jugador de rugby.
Cada individuo es único e irrepetible. Cada jugador siente de forma personal y se apasiona por lo que hace de diferentes maneras. En esa certeza, el jugador de rugby desde que inicia su tiempo con la ovalada sabe a qué se va a enfrentar: golpes, caídas, lesiones, choques y lastimaduras. Todo similar a la vida misma, donde hay caídas y momentos de levantarse para seguir. Aún así, opta por seguir adelante y confía en que su cuerpo le responderá en la práctica del deporte que eligió. Si es inteligente, se prepara para cada confrontación trabajando su cuerpo físicamente para estar apto. Y continua adelante pese a todo. Eso lo hace diferente al resto. El rugbier no es mejor ni peor que ningún otro deportista, es distinto. ¿Por qué? Simple, por que el deporte que practica lo hace distinto. Muchos llevan ese espíritu a sus vidas y lo ponen a prueba cuando las vicisitudes aparecen o simplemente lo demuestran comportándose de manera correcta para consigo como para los demás.
- ¿Por qué se diferencia el rugbier a otro deportista?
En la práctica en s+i cada deportista es diferente desde su juego. Sea individual o colectivo el practicante en cuestión desarrolla sus sentidos acordes a dos factores: A-Cómo fue educado e incentivado desde su ambiente familiar. B- A partir de su formación deportiva. En este último el rugbier tiene un plus que lo diferencia del resto: la capacidad de doblegar al dolor desde un umbral más alto (el rugby es un deporte de alto contacto físico), y muchas veces recuperarse en un tiempo que rompe los parámetros en comparación a otros deportistas hablando de lesiones preferentemente. Muchos profesionales de la salud han quedado boquiabiertos al ver a un jugador de rugby recuperado en su totalidad antes del tiempo estipulado. Eso le da un valor agregado a su sentir y a llevar a cabo su vida dentro y fuera de un campo de juego.
2054640 lrg 169 300x168 ¿Qué es el espíritu del rugby? news
La solidaridad y el respeto hacia el rival es parte del verdadero espíritu del rugby.
El espíritu de integración y camaradería.
En Tucumán como en diferentes puntos cardinales cuando hay una ovalada de por medio, hay todo una manifestación por detrás. Allí florece el verdadero espíritu del rugby. El de la camaradería, el del respeto al rival, al compañero, al árbitro y a los entrenadores. Esto no es más que el respeto a sí mismo y la capacidad de poder integrarse a un círculo donde el respeto y la solidaridad debe ser el estandarte permanente. En esa camaradería la tolerancia cumple un rol vital desde lo aceptable. En todos los clubes encontramos diferentes perfiles en cada integrante y está en cada uno desde su libre albedrío sentirse identificado con el que crea que mejor le convenga. Es importante en gran manera el rol del formador y del referente para en ese caso moldear esos perfiles de la mejor manera. Camaradería es más que compartir, es tener la capacidad y el discernimiento, y a través de él saber en qué mesa poder beber lo que mejor le hará para la hidratación de su espíritu. Los terceros tiempos son el mejor lugar para demostrar lo aprendido.
En TERCER TIEMPO NOA tuvimos la posibilidad de entrevistar a dos entrenadores de nuestro medio. Hombres que en diferentes épocas marcaron un espíritu ganador en sus equipos. Nicolás “Mono” Rizzo (ex entrenador de Tucumán Rugby y Los Naranjas) nos decía en charlas atrás: “El rugby tiene un espíritu diferente, una mística especial que se resume en la palabra fe”. Por otro lado en formador Bernardo Urdaneta (Lawn Tennis, Los Naranjitas y Los Pumitas) evocó: “En la vida para conseguir algo tenés que ser ganador y nosotros lo somos. Por eso a los grupos que nos toca dirigir les transmitimos ese espíritu, el del sacrificio y la lucha”. Las frases son diferentes en palabras, pero todas encierran el mismo sentido a la hora de enfrentar el deporte como a la vida misma. En otras charlas de café, Don Ángel “Papuchi” Guastella nos decía: “el espíritu del rugby es una combinación de pasión y razón. A partir de allí aflora la fuerza muscular, que es movida por las neuronas de un equipo que sabe lo que busca”
- Al indagar a diferentes protagonistas sobre cómo definirían ese espíritu del rugby, nos encontramos con muchas opiniones que en breve publicaremos para nuestros lectores. Por ahora les dejamos una pregunta: ¿Qué es para vos el espíritu del rugby?

El máximo desafio - Del libro “Fortaleza mental en el deporte”, de James Loehr


La competencia atlética contiene gran parte del drama de la vida; en muchos aspectos es un microcosmos de la vida.

La frustración, la alegría, la incertidumbre, el dolor y el esfuerzo están presentes. Las personas que entran a la arena competitiva rápidamente se dan cuenta de que hay algo más en la competencia que el simple aprendizaje de las habilidades físicas. Una cosa es poseer las habilidades físicas y otra es poder utilizarlas cuando corresponde. Y es allí donde existe el desafío El desafío máximo del autocontrol.

En el análisis final, toda disputa atlética es un combate de autocontrol, control de la delicada conexión mente-cuerpo. El nexo entre nuestra mente y nuestro cuerpo es dramáticamente claro estando dentro de la arena competitiva.

Cuanto más deseamos alcanzar los limites superiores de nuestra habilidad física y talento es cuando más se nos aparece como inaccesible. Este desafío nos lleva enfrentarnos con nosotros mismos, con nuestras inseguridades, con nuestras dudas, con nuestras falencias y nuestros miedos. El éxito en la competencia requiere que nos movamos más allá de este desafío para entrar dentro del dominio de nosotros mismos. El dominio del deporte competitivo se vuelve entonces   un proceso continuo de autotransformación, cambio y renacimiento. Tal dominio involucra compromiso y disciplina. En síntesis, es un combate de cada persona consigo misma.

Así como la aptitud física y la fuerza son centrales para el rendimiento deportivo, también lo es la aptitud mental. Rendir consistentemente con un máximo rendimiento en lo más arduo de la batalla competitiva requiere de fuerza mental. Una fuerza que esta fundamentalmente incorporada en la esencia de las habilidades mentales adquiridas.

Estas habilidades incluyen la concentración, el control de la actitud, el manejo de la presión, el pensar correctamente, el control de la energía, el mantenerse motivado y la visualización. Esto es lo que abarca el entrenamiento de la Excelencia Atlética: enfrentarse al máximo desafío y construir la fuerza mental. Se trata de excelencia, alegría, realización y lucha. También es un procedimiento para comprender y controlar, paso por paso, esa indefinible pero critica conexión mente-cuerpo. El control de esa conexión  es la esencia de la fortaleza mental en el deporte, y el entrenamiento de la Excelencia Atlética se ha diseñado para iluminar y acortar  este proceso.


¿ALGUNA VEZ VOLASTE CON EL RUGBY? - Por Patricio Guzman



Hay vuelos que no lo registran ni los radares. Menos las cámaras de fotos como la mía, que a pesar de ser buena, se niega a que un intento de fotógrafo como yo le saque las mejores imágenes. La foto en cuestión es mala desde lo pretencioso. Pero deja ver un momento único, mágico e irrepetible. El vuelo de Marcelo Denk (backs de Universitario de Córdoba) es más que un try en una tarde de seven…es el try.

Desde la espectacularidad de la foto, puedo decir que los rugbiers (disculpen, me incluyo aunque deje de jugar para ser periodista) somos locos en verdad. A que deportista en su sano juicio se le ocurría volar así. No lo tomen a mal los que nunca jugaron…quizás no lo entiendan, EL RUGBY ES PARA TODOS, PERO NO LO JUEGA CUALQUIERA.

Cuando la tarde caiga en un bello gesto suave,
Y estes junto a tus amigos…jugando a ser un héroe.
Mira a al cielo….pedile fuerzas.
Vos podes volar….con la imaginación del rugby.
Para hacer tú try…que es más de tus amigos que lo festejan.

Vos podes gozar.
Y por sobre todo, te sentirás que por un instante eres como un pájaro.
Se libre en tus alas…el rugby te invita… a volar.

El atroz encanto de entrenar - Por Sebastian Perasso

Para todos quienes entrenamos y colaboramos en forma directa con el juego es indudable que estamos en tiempos difíciles. La presión por ganar a cualquier cualquier precio y de cualquier manera, puede hacernos perder el rumbo e incluso alterar y menoscabar nuestra leal forma de actuar.

Hoy en día, la tarea del entrenador pareciera deambular peligrosamente entre dos extremos. A la madeja de enormes poderes y potestades que implica establecer y marcar el rumbo de los jugadores, se le agregan o anexan las enormes responsabilidades que ello implica, con la consiguiente presión.

Por todo ello y parafraseando al escritor Marcos Aguinis, ejercer la profesión puede resultarnos un atroz encanto. Decimos un encanto porque que es indudable que la practica de la profesión genera en quien la ejerce satisfacciones de las más variadas, que la convierten cuanto menos en agradable y placentera.

Orientarlos, indicarles el rumbo, transmitirles conocimientos y empaparlos de valores para la vida, suele resultar gratificante y devolver con creces el esfuerzo y la dedicación esgrimidos. Es esa aura de energía que los jugadores nos trasmiten, la que nos moviliza y nos da fuerzas para perfeccionarnos a fin de tratar de ser cada día mejores.

Pero asimismo, hay en todo ello una atrocidad que convive simultáneamente con el encanto. Ella esta dada (básicamente) por las presiones y responsabilidades que llevamos a cuestas. Las enormes presiones y las exigencias casi diarias por obtener resultados, la transforman muchas veces en una tarea insalubre. Presiones que más allá del equipo (bueno o malo, profesional o amateur) siempre existen.

En estos tiempos en que la paciencia es un bien en desuso y la corrección y lealtad un valor cada vez más escaso, es nuestra responsabilidad mantener al deporte en condiciones saludables. La presión se ha convertido en insoportable para muchos. Por ello, solo aquellos que puedan dominarla o manejarla podrán transmitir verdaderos valores y desdramatizar lo que es en su esencia un deporte formativo.

Aquel entrenador que acompaña y alimenta la vorágine de los padres que quieren el triunfo de sus hijos a cualquier precio, sin importar reglas ni formas; o aquel que pretende el éxito sacrificando los modos y las formas de la más sana convivencia deportiva, está atentando contra el correcto desempeño de esta profesión.

 Hacer honor a la responsabilidad  que nos compete es mantenerse ajeno y al margen de las presiones de nuestro entorno. De esa manera, tendremos mejores chances de no equivocar el camino en cuanto a la forma de conducir grupos y de enseñar. Hacernos fuertes en nuestras convicciones; no cambiar la receta del éxito por la del triunfo efímero bajo ningún motivo, sin importar razones ni circunstancias, es dar el paso fundamental hacia el dominio de uno mismo y del entorno que nos rodea.

Por ello, está en nosotros como colaboradores no dejarnos absorber por la decadencia resultadista y apuntar a ser fieles y coherentes con nuestros principios y convicciones mas allá de todo. Esa convicción y seguridad de no desviar el rumbo, incluso ante las más diversas adversidades, es la que nos permitirá transitar siempre por el camino del respeto, la honestidad y la mesura…