Logo Chamigos

Logo Chamigos

jueves, 16 de diciembre de 2010

Las historias que yo cuento - Lunes - Por Marcelo Mariosa Fuente: Tirasaca

Cuando debuté en la primera de mi club, todavía no había cumplido los 19 años. Medía un poco menos que ahora, quizá un metro ochenta y dos.

Jugaba de ala, porque era rápido y joven, pero a mitad de año no recuerdo qué demonios pasó con el hooker y yo, que era el más chiquito del pack, pasé a formar en el medio de la hilera del frente. Recuerdo especialmente un partido contra Los Matreros en su cancha de Morón, frente a las vías del Sarmiento y escasas cuadras de la estación homónima. Yo, parado en medio de line, como sexto, trataba de disfrazarme de laucha para escurrirme entre los osos mayores y perforar el line rival. Y de ahí, que los vientos me llevaran a cubrir toda la cancha.

Corría como loco, pero sabía poco de rugby y cubría esa pequeña ignorancia con las piernas, que me llevaban como alma en pena por todos los rincones de la cancha y vuelta para el otro lado. En medio del line, decía, del otro lado, estaba Bottarini. El no sólo era puma, sino que era un oso enorme, cada una de sus manos podía cubrir toda mi cabeza, y en medio del partido, me di cuenta que me lo habían dejado a mí, para que me aplastara o al menos para que el tipo no dejara mal parado a los más viejos. Me recuerdo parado al lado del tipo, que me sacaba por lo menos una cabeza, y más de veinte kilos de diferencia.

Para poder pelearle el line iba a tener que conseguir la escalera de los bomberos voluntarios de Morón. El partido era peleado, yo corría como un desaforado, íbamos de scrum en scrum, y yo desde el costado de la formación salía volando a perseguir la pelota que iba y venía. Hasta que tuvimos un line out en contra. Parado al lado del puma, lo medía de reojo con la esperanza que un rayo le cayera en la cabeza y tuviera que salir, por más sol que hubiera. La diferencia de nivel de juego y física era tan abismal que no tenía la menor chance de "molestar" al jugador contrario que además era titular en el seleccionado nacional.

Un dilema terrible ocupaba mi cabeza. Entonces, con la pelota a punto de partir de las manos del hooker de Matreros, no tuve mejor idea que, al momento que él iba a saltar, simplemente pisarle un pie para que no saltara. La pelota pasó de largo, hubo forcejeos en el fondo y zafé de la primera, sin que Botta se hubiera percatado de lo que había pasado. Pero luego vinieron muchas más.

Tuve que recurrir a las más bajas artimañas para evitar que esa torre descolgara las pelotas que le tiraran, incluyendo subirme a babucha en su espalda cuando saltaba, agarrarlo del pantalón y otras menudencias similares hasta que se me acabó el repertorio, justamente cuando el tipo se dió cuenta que yo le estaba amargando la tarde. Estimo que mi cara de niño semi imberbe le dio pena en el momento que descargó una trompada llena de bronca contra mi humanidad, ya que me pegó en el pecho. Yo siempre hago la broma que en los días de humedad todavía me duele pero la verdad es que le debo agradecer al grandote ese que no me puso el ñoqui en la naríz, porque de otro modo respiraría actualmente por la nuca.

Ponerse la camiseta de tu club tiene que ser un orgullo inigualable. En aquéllos años, como me decía Omar López, que hoy juega con los muchachos amigos de GEBA, la camiseta era marca Uribarri y pesaba mil kilos (yo le había arrancado las hombreras que sólo agregaban peso), la pelota era un jabón después de dos meses de juego (hoy vienen con un grip especial para días de lluvia o de calor), el médico era el padre de alguno (u otro jugador) y el jugador número 16 era la hinchada, porque no había cambios.

Yo no digo que antes todo era mejor (me encanta el rugby actual) pero fue nuestra época, la que nos tocó vivir y la que disfrutamos como jugadores de rugby.

¿Ustedes extrañan esos años?