Los timbos están ahí, dormidos. La ropa, limpia desde diciembre. Las ganas intactas, pero el cuerpo duda. Todos los años me pasa lo mismo. Dudo entre la fortaleza que aflora siempre y la posibilidad de que el cuerpo se queje demasiado como para aguantarlo conmigo todo el día. |
Pienso que estoy duro, que me duele todo, y que hay que comenzar de cero. Llega el día de ir al primer entrenamiento del año. tengo ganas, los amigos esperan, pero estoy muerto, no hice nada desde el año pasado, estuvimos de vacaciones con la familia, comimos muchos asados con amigos (también algún sushi, somos modernos), todavía debo tener arena en los pies.
Yo ya dije que iba ... pero me cuesta tanto. Arranco para el club con el bolsito que me pesa horrores (debe tener toda la ropa de rugby que hay en casa, con la colección de camisetas incluida) y voy arrastrando los pies hasta el estacionamiento, arranco y pongo la música fuerte y trato de no pensar en verme corriendo, porque si no me quedaré atrapado en un semáforo cualquiera. Llego al Club, y ya están todos (estos tipos ... de dónde sacan la energía?) y voy derecho al vestuario, sin pensar en nada, saludando amigos a diestra y siniestra.
Adentro del recinto, los amigos de siempre, el entusiasmo de siempre. Y yo me cambio despacio, a ver si puedo llegar cuando hayan dado una vuelta, por lo menos. Salgo para la cancha, llego (todavía no empezaron), más charla, más amigos, más energía. Y empieza el trote. El cuerpo solito empieza a recordar la rutina. La energía sale del piso, de los amigos, de la onda, y ya me siento fuerte, con ganas.
Damos una vuelta, dos ... me siento bien, me falta fondo, un poco de aire y trabajo en las piernas. Y todavía no empezamos con el "tren superior" según dice el pelado, entrenador físico. Vamos por la tercera vuelta y hacia la cuarta. Todo marcha bien. Vamos a estar bien. ¿Cómo no vas a estar bien si el grupo te sostiene? Cómo no vas a aguantar si la energía que sale de los amigos es tan fuerte que nada te podrá detener, nada te puede doler ... y encima, después, tenemos un asado de antología, algún partidazo de truco y la charla con los queridos amigos y hermanos que juegan el viejo fútbol de la ciudad de Rugby. Esos tipos locos que están junto a vos todos los días de partido y entrenamiento. Esos tipos que se van a revolcar sólo para ayudarte, que van a redoblar para darte una mano y que van a tacklear a ese que se te pudo haber escapado. Pucha, que me moría de ganas por venir y no me daba cuenta.
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