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jueves, 17 de febrero de 2011

¿Y ahora que? - Por Ricardo "Tacho· De Vedia



Previo al mejoramiento está el reconocimiento del error, nos decía el Veco Villegas. Seguramente a él se lo había transmitido Catamarca Ocampo.

Durante años fuimos obsesivos de los errores, parecía que no disfrutábamos de todo lo bueno que hacíamos en el juego, a pesar de tantos éxitos, nos pusieron el mote de amargos. Después de partidos extraordinarios nos encontrábamos analizando las cosas que habíamos hecho mal, o las que no pudimos hacer, buscábamos los defectos, los pequeños detalles, no nos perdonábamos los errores, esa enseñanza del Veco estaba grabada a fuego.

Una noche volvíamos de entrenamiento con mi hijo Tomás. Yo entrenaba la Menores de 22, equipo en el que él jugaba. Me sorprendió cuando me dijo –pá, alguna vez le tendrías que decir a los jugadores las cosas que hicieron bien. Esa noche yo había confeccionado una lista del uno al quince, con todos los errores que había cometido cada uno de los jugadores en el último partido, que habían ganado y además jugado muy bien, pero mi obsesión por los defectos pudo más y les leí de manera ordenada la hoja que llevé preparada. Ese comentario de mi hijo me hizo pensar mucho en lo que estaba haciendo, en la forma tan estricta de enfocar las cosas, me movió la estantería. Me sentí incomodo con la hojita de los errores, la tiré a la basura.

Aprendí mucho durante esos años, creo que recibí más de lo que entregué, en el trato con jugadores jóvenes. Recuerdo especialmente cuando al salir de la cancha después de haber jugado un gran partido, Pancho, el capitán del equipo, se dirigió hacia donde yo estaba, con cara de felicidad, y me dijo –Voy a tener un hijo. Yo esperaba que me hablara del juego, pero no, otra vez fuí sorprendido, me quedé pensando ¿Qué es lo más importante?, ¿Qué es lo que tengo que transmitirle a estos pibes? ¿De qué les tendré que hablar?

Me sentí cómo un verdadero idiota, como un estúpido, pensando solo en el juego, me quedé con una sensación de vacío existencial. Pero me sirvió, abrí los ojos y pude ver más lejos. Tuve una larguísima carrera como jugador, pero completé mi comprensión de las cosas cuando estuve a cargo de distintos equipos. La presión que conlleva la búsqueda de la perfección es trasladada a nuestra vida cotidiana y en un punto se sufre por ello, se puede transformar en agobiante, es muy difícil dejarla de lado.

Cada tanto tengo un sueño recurrente que me transporta a momentos de presión, producto de una educación que tuvo tolerancia cero con los errores, con las equivocaciones, que no admitió el fracaso.

Reaparece en mi mente con mucha claridad el recuerdo del partido que jugamos con Australia en 1987. Fue un gran objetivo, un enorme desafío preparar ese partido. Hicimos increíbles prácticas, charlas, análisis del rival, nos preparamos con una concentración excepcional. Llevamos adelante un planteo estratégico que fue de vanguardia para ese momento. –Nuevamente Madero no saca la pelota afuera y se viene Australia, decían los periodistas, tardaron dos años en darse cuenta que era parte del planteo, ya que Australia tenía el mejor line out del mundo. El partido que terminó en un glorioso empate, pasó tan rápido como una estrella fugaz. Todo el camino recorrido en pos de ese objetivo había pasado a la historia. Fué tanta la energía entregada para asumir ese compromiso, tantas las cosas que dejamos de lado para concentrarnos solo en el juego, que después de todo sentí un gran vacío, un agujero enorme que abarcaba mi cuerpo y mi alma, tal vez producto de haber dejado todo, pero también una mezcla de angustia y amargura, por lo efímero, por lo inasible de ese momento que se escurre, que se nos escapa, para quedar muy atrás, a cada instante en que avanzamos en nuestras propias vidas, nos deja volando con nuestra imaginación, nos hace dudar si lo que hicimos fue importante.

Fué tan intenso lo que ofrecimos, quedamos desconcertados, aturdidos por un ruido que pasó como un rayo, hasta que de nuevo hubo luz, que venció la oscuridad, algo nos movilizó, para sacarnos de este sueño que nos mantuvo cautivos, de esta agonía en el que quedamos inmersos, hasta que llegó el tiempo de preguntamos ¿Y ahora qué?

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